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Carmen de Pedro Lasso.Junio de 2016.
Resulta extraño y parece poco probable que un desconocido pueda conseguir el título de amigo en un par de semanas, pero creo que cualquiera de los que hemos vivido esta experiencia sabe que es posible.
Creo que todos empezamos este viaje con ilusión y nervios a partes iguales, con las preguntas reglamentarias que cualquiera tendría en su cabeza. ¿Cómo será?, ¿qué le gustará?, ¿nos llevaremos bien?…Todo esto duró hasta ese día en el que nuestra habitación estaba quizás más colocada de la cuenta. Nuestra madre se había esmerado en la cena más de lo habitual, y llevábamos ropa que nos hiciese vernos bien esperando en la entrada del instituto. Vimos como el autobús llegaba y con demasiadas ganas y todavia las preguntas en el bolsillo intentamos distinguir la cara del que seria nuestro compañero o compañera de rutina en los siguientes 7 días. Probablemente tuvimos que sufrir algún que otro silencio incomodo y los problemas de comunicación no podían faltar, pero en solo una semana conseguimos entendernos todos como si las barreras de idioma o cultura no hubiesen existido nunca.
Abirmos nuesta casa, compartimos nuestra familia e hicimos todo lo posible para que nada fallase, les enseñamos nuestra cultura y carácter, algo que todos supieron valorar y agradecer. Habiendo perdido verguenza y ganado confianza, despues de todo lo vivido, en el mismo sitio, pero no de la misma manera, para todos fue un un abrazo que se sintió como un hasta luego, mientras la tristeza se mezclaba con la tranquilidad de saber que nos volveríamos a ver. Al principio se hacia extraño, a veces desde la inconsciencia poníamos un cubierto de mas en la mesa, se nos escapada alguna palabra en francés y los caminos de vuelta a casa eran claramente mas aburridos, pero el tiempo pasó y todo volvió a la normalidad. Recibir algún mensaje o saber que el otro estaba bien y confesar las ganas de verse estaba a la orden del día.
Hasta que nos fuimos a Francia con mucha mas ilusión que nervios en la maleta. Dicen que la distancia no existe cuando hay personas por las que merece la pena viajar, así que todas las horas y el cansancio merecieron la pena cuando unos meses después volvíamos a abrazar a esa persona a la que realmente habíamos echado de menos.
Con mucha mas confianza y sin dar lugar al silencio compartimos con quien podríamos llamar amigo su vida, llegando a sentir que teníamos una segunda casa francesa. Fueron unos días muy intensos, llenos de experiencias y de aprendizaje, que creo que a nadie dejaron indiferente y que cualquiera volvería a repetir. Me sorprende lo humano que es el simple hecho de darle todo a alguien a quien no debes nada y querer de verdad a quien pasa por tu vida rápido pero pisando fuerte. Hemos tenido la oportunidad de abrir muestra mente y nuestro corazón en una aventura que creó que ninguno de los que la hemos vivido olvidará jamás.
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